Sobre Dios.
La ignorancia (o esa incapacidad de interpretar fenómenos que no han sido conceptualizados acabadamente) es un dolor cuyas raíces tienen lugar en el sentido propio de la evolución; se encuentra inscripto en el mandato natural de la supervivencia, mandato que nos impone una obligación, una decisión a tomar, un camino a seguir. Por dolor (y por el temor que este grava en la memoria) se racionaliza y se lo oculta tras el olvido, o bien, bajo el designio de un símbolo absoluto. La palabra “Dios” es el nombre del manto sagrado con el cual se esconde ese mandato, ese temor, ese dolor, esa ignorancia, esa impotencia (la ausencia del poder que viene ligado al saber) permitiendo recorrer con impavidez e inadvertida servidumbre los confines de una vida impuesta. A su vez, y purgando cualquier vestigio de anacronismo que encontremos en esto, podemos decir que este manto ha sido relegado en singular y oculta ceremonia, a esa peculiar empresa denominada ciencia. Ciencia en cuanto concepto e institución social, como productora de proposiciones que detentan la verdad, como estandarte del dominio, control y poder sobre la naturaleza; como entidad portadora de la égida del gran dios.