El deseo
Hegel define al deseo, en tanto que deseo- es decir antes de su satisfacción- como una nada revelada, como un vacío irreal; y al ser la revelación de una nada (esto es, la presencia de la ausencia de una realidad), es esencialmente otra cosa que la cosa deseada. La consecución o satisfacción plena del deseo no puede más que dejarnos un vacío en el instante inmediatamente posterior al que lo concretamos, tornando circular el devenir humano, en un ciclo perpetuo de persecusín y vacío. Ahora bien, esto revela que al menos la mayoria del tiempo en que transcurre la existencia humana vivimos en una carrera inagotable de busqueda de satisfacción de deseos y en busqueda de deseos por satisfacer. No somos ya los mismos al devorar nuestros deseos concluidos, sino que éstos nos constituyen en tanto seres históricos. ¿De qué deseos nos alimentamos y formamos? Cuando el mundo despliega su oferta, ¿Qué hay en el menú realmente apetecible? O peor aún ¿Qué hay en el menú que nuestra voluntad realmente desee desear?. Toda esta banalidad que se nos impone y de la cual el ser hedonista se alimenta hasta regurgitar para repetir el ciclo, en el repulsivo rito orgiástico del consumo en nuestra vertiginosa vida moderna, no puede más que constituirnos como seres fragmentados deliberadamente por una estructura ajena e intangible, que está ahí pero que quizá ya se nos escapó de las manos porque nos distrajo la búsqueda misma del deseo. Hay tal vez un atenuante a este estado de cosas, quizá convenga depositar nuestra atención al proceso mismo que a la finalidad en sí, devorar de él cada paso y que nuestro ser se constituya así del proceso mismo del devenir.