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Cualquier idea o estado necesariamente implica su opuesto, una solucion tipica es no aceptar ni una cosa ni la otra y por esto transcender ambas. Mediante el proceso negativo de creer en el ‘ni esto – ni aquello’, la consciencia (como creencia) se emplaza siempre entre el sujeto y el objeto.
Realmente considero que la filosofía debería volver a seducir a la ciencia y que a fuerza de orgasmos intelectuales, en el éxtasis culposo de la infidelidad, logre de una vez por todas que la ciencia se divorcie del poder económico; rompa los lazos grises que el tiempo pinta en toda relación matrimonial monogámica
Sócrates.- Podríamos intentar, no definir la esencia de la belleza en sí; me sé incapaz de definir lo bello de modo acabado, pero sí puedo aventurar una caracterización, una cierta regularidad que creo aprehender del asunto: ¿Qué es lo que se presenta siempre ante la contemplación de lo bello sino el placer?. La belleza, así concebida, vendría a ser la sensación pura de placer ante la simple contemplación de lo que consideramos bello. Ahora bien, puedo ver también que lo bello no es un atributo propio de los objetos, no existe de modo absoluto y eterno en ellos; sino que es como una especie de “entidad independiente y caprichosa” que se posa sobre ellos: como una divinidad, que por antojo y deliberación propia, en el camino de su existir, hace participar y le confiere sus atributos a las entidades sobre las cuales vierte su atención, y si agudizamos nuestra percepción podemos verla; sentirla amar las cosas que ella esta amando y participamos nosotros mismos de ese amor…
Hegel define al deseo, en tanto que deseo- es decir antes de su satisfacción- como una nada revelada, como un vacío irreal; y al ser la revelación de una nada (esto es, la presencia de la ausencia de una realidad), es esencialmente otra cosa que la cosa deseada. La consecución o satisfacción plena del deseo no puede más que dejarnos un vacío en el instante inmediatamente posterior al que lo concretamos, tornando circular el devenir humano, en un ciclo perpetuo de persecusín y vacío. Ahora bien, esto revela que al menos la mayoria del tiempo en que transcurre la existencia humana vivimos en una carrera inagotable de busqueda de satisfacción de deseos y en busqueda de deseos por satisfacer. No somos ya los mismos al devorar nuestros deseos concluidos, sino que éstos nos constituyen en tanto seres históricos. ¿De qué deseos nos alimentamos y formamos? Cuando el mundo despliega su oferta, ¿Qué hay en el menú realmente apetecible? O peor aún ¿Qué hay en el menú que nuestra voluntad realmente desee desear?. Toda esta banalidad que se nos impone y de la cual el ser hedonista se alimenta hasta regurgitar para repetir el ciclo, en el repulsivo rito orgiástico del consumo en nuestra vertiginosa vida moderna, no puede más que constituirnos como seres fragmentados deliberadamente por una estructura ajena e intangible, que está ahí pero que quizá ya se nos escapó de las manos porque nos distrajo la búsqueda misma del deseo. Hay tal vez un atenuante a este estado de cosas, quizá convenga depositar nuestra atención al proceso mismo que a la finalidad en sí, devorar de él cada paso y que nuestro ser se constituya así del proceso mismo del devenir.
Sobre Dios.
La ignorancia (o esa incapacidad de interpretar fenómenos que no han sido conceptualizados acabadamente) es un dolor cuyas raíces tienen lugar en el sentido propio de la evolución; se encuentra inscripto en el mandato natural de la supervivencia, mandato que nos impone una obligación, una decisión a tomar, un camino a seguir. Por dolor (y por el temor que este grava en la memoria) se racionaliza y se lo oculta tras el olvido, o bien, bajo el designio de un símbolo absoluto. La palabra “Dios” es el nombre del manto sagrado con el cual se esconde ese mandato, ese temor, ese dolor, esa ignorancia, esa impotencia (la ausencia del poder que viene ligado al saber) permitiendo recorrer con impavidez e inadvertida servidumbre los confines de una vida impuesta. A su vez, y purgando cualquier vestigio de anacronismo que encontremos en esto, podemos decir que este manto ha sido relegado en singular y oculta ceremonia, a esa peculiar empresa denominada ciencia. Ciencia en cuanto concepto e institución social, como productora de proposiciones que detentan la verdad, como estandarte del dominio, control y poder sobre la naturaleza; como entidad portadora de la égida del gran dios.